Orígenes de las Constelaciones
En el año 1928, la Unión
Astronómica internacional (UAI) acordó oficialmente dividir el cielo en 88
constelaciones, señalando y precisando sus límites; gran parte de estas
constelaciones ya eran conocidas por las civilizaciones de oriente medio y por
los pueblos de las orillas del mediterráneo oriental, desde la antigüedad; incluso
algunas de las más destacadas constelaciones sugieren orígenes que se
remontarían mucho más atrás en el tiempo.
En Mesopotamia, en el periodo
babilónico, apareció el Mul Apin, una
serie de tablillas cuyos orígenes se remontarían al periodo sumerio y posterior
asirio, y en las que ya se representan y describen de forma exacta hasta 33
constelaciones con 66 estrellas individuales, muchas de las cuales pueden
identificarse como precursoras de nuestras actuales constelaciones. Las
tablillas del Mul Apin eran también un compendio del conocimiento astronómico
babilónico donde se describían los movimientos del Sol, la Luna y los 5
planetas visibles, además de los ortos helíacos de las estrellas principales, junto
a listados de estrellas secundarias (Ziqpu) que culminaban en el mismo instante
en el que salían aquellas, e indicaciones de cómo realizar las observaciones.
También encontramos el esbozo de nuestras actuales divisiones del cielo en la
obra Enuma Elish, el mito de la
creación babilónico, una obra épico – religiosa que de manera críptica expone
conocimientos astronómicos y referencias a las constelaciones de la época.
En Grecia, Eudoxio de Cnido (408-355 a.C.) recopiló las 48 constelaciones conocidas en su época, aunque su cifra nos ha llegado a través de autores posteriores como el poeta Arato con su obra Fenómenos, el geógrafo Eratóstenes con su Catasterismos, y los romanos Higino con su Astronomía, y Manilio con sus obras Astronómica y Astrología. Las obras de Higino y Manilio fueron muy conocidas en el Imperio Romano y por eso nos han llegado completas. Ambos autores se inspiraron claramente en Arato y Eratóstenes en lo referente a los mitos de las constelaciones. También fueron interesantes las alusiones astronómicas en las obras de Hesiodo, Homero, Ovidio, y los comentarios de otros autores clásicos como Plinio El Viejo en su Historia Natural. Aunque fundamentalmente las obras más importantes fueron las de los astrónomos Hiparco y Ptolomeo, cuyo propósito era la descripción de los movimientos de los astros con relación a las estrellas visibles, llamadas las fijas, y gracias a los cuales, estas antiguas representaciones del cielo han llegado hasta nosotros. Las constelaciones clásicas, tal y como las conocemos, aparecen descritas detalladamente por primera vez en la cultura occidental en la obra Fenómenos del poeta Arato de Solos (310 - 240 a.C.). Los Fenómenos, la primera obra clásica que cita nuestras constelaciones, es una obra en la que Arato, aparte de describir las constelaciones, habla de éstas con relación a los círculos de la esfera celeste, los actuales círculos fundamentales de la astronomía posicional, como la eclíptica, el ecuador celeste y los trópicos.
Eratóstenes de Cirene (276-195 a.C.), fue
director de la Biblioteca de Alejandría. En su obra Geografía, describe
el primer método conocido para calcular las dimensiones de la Tierra. De este
autor, la obra que nos interesa destacar es Catasterismos, una obra que será como un manual de astronomía
poética, con nociones de cosmografía acompañadas de relatos y leyendas
estelares, y que se convertirá en referencia obligada para todos los astrónomos
y estudiosos posteriores. En ella, Eratóstenes
explica los orígenes de las distintas constelaciones y asterismos a partir de
los mitos griegos, y fija la nomenclatura de las constelaciones tal y como las
conocemos hoy en día.
Hiparco de Nicea (190-125 a.C.), es uno de los
astrónomos más importantes de la antigüedad, y su aportación fue excepcional. En
su obra Explicaciones de los
fenómenos de Arato y Eudoxo,
incluye un apéndice que ilustra la salida y ocaso de todas las constelaciones,
para una latitud de 36º, así como un catálogo, con
las posiciones de 1022 estrellas, ordenadas por magnitud.
Aunque
este catálogo, el primero aparecido en occidente (129 a.C.), se ha perdido, algunos
investigadores sugieren que ha
sobrevivido en el globo del Atlas Farnesio, una estatua romana datada en
el 125 a.C., que representa al titán Atlas llevando sobre sus hombros una
esfera en la que se representaría el mapa celeste de Hiparco.